lunes, 11 de febrero de 2013

Señales/Nunca nada está perdido



Ayer, como de costumbre, me acerqué después de comer al Parque del Teíte a fumarme un cigarro y a reflexionar un poco con el sonido del viento tocando suavemente los acordes de las ramas. Allí me encontré un libro entre los arbustos. Era un Nuevo Testamento, que alguien había dejado en aquel lugar. Abrí el libro y lo primero que ponía era que aquel libro no estaba a la venta, en la portada. Dentro, se pedía que se dejara el libro en el lugar que había sido hallado.

Lo cierto es que soy algo escéptica con esto de la religión y la existencia de un dios, casi diría que soy atea, si no fuera por mis constantes dudas. El caso es que no tengo esa fe, y no debería haberle dado importancia; pero algo dentro de mí me dijo que aquel libro debía estar allí. Leí un par de páginas y lo dejé exactamente en el mismo lugar donde lo encontré. Además, subí al árbol central del Parque, un olivo centenario, y me fumé otro entre las ramas y el follaje, donde dejé, por instinto una página arrancada del cuaderno de notas que siempre me acompaña. En ella escribí: "Hoy es, siempre todavía." y "Nunca nada está perdido.".

Hoy, me he acercado una vez más al Parque. Allí había un señor, que a primera vista parecía un vagabundo, un mendigo, un sin techo... como queráis llamarlo. En realidad, éste hombre era un peregrino con destino Huelva (situémonos en Toledo, centro de la península). Me pidió un cigarro. Lo que tenía era de liar, y le ofrecí a que se guardara unos cigarritos para más tarde, los cuales amablemente aceptó, ya que el único cigarro que tenía eran las sobras de las chustas y los restos de cigarros que había encontrado por el Parque.
-¿Fuma usted porros?- Le pregunté con cautela, el hombre se encogió de hombros.
-De vez en cuando; nunca hay que abusar- Y me senté con él a compartir un petardo, mi último petardo del día.
Me contó que tenía una hija en Santiago de Compostela de diecinueve años, que su padre era andaluz y ciertas cosas más que, en realidad podrías dormir sin saberlas, pero dormirás mejor sabiendo que por un momento has hecho feliz al hombre dejándole hablar, dejándole ser escuchado.
También me comentó que se había echado allí la siesta, en el banco al sol y que por casualidad había encontrado un Nuevo Testamento, que le había ayudado a entretenerse un poco aquella tarde. Sonreí para mis adentros y continué hablando con él hasta que un amigo vino a recogerme.
Antes de irme, miré a la rama del árbol donde había dejado la nota el día anterior. No estaba. Tampoco estaba la colilla que había dejado a su lado.

No sé si fue ese peregrino quien recogió la hoja, pero, Luis -creo recordar que era tu nombre- muchísima suerte en tu peregrinaje y ojalá llegues bien. Y recuerda, nunca nada está perdido.

Aleera Jezhebel
Hecho verídico
redactado el domingo 27 de febrero de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si no me vas a sorprender ni lo intentes.