jueves, 2 de julio de 2015

Insinuación.
Provocación.
Sed.

Sin fecha. ¿2013?

La mujer del millón.

Tanto para ella como para mí, no había juramento más sagrado -si podíamos hablar de cosas sacras- que las promesas del juego.

De ella sabía que una planificaba las jugadas y manejaba las cartas tanto o mejor que un bebé una teta. Por mi parte no había planificación en absoluto, y dejaba que la partida fluyera según la estela de las circunstancias; me gustaba pensar que tenía el don de atraer el azar cuando otros tenían el de atraer el dinero o el poder. Probé la lotería, y gané lo suficiente como para vivir el resto de mis días; pero lo mío, como lo suyo -porque ella también tenía este "tercer ojo" para las finanzas y las guerras-, eran las cartas.

Cuando jugábamos juntos éramos invencibles, y hoy, desde la distancia, puedo afirmar lo evidente: éramos adictos, sí, pero no al juego, sino a la victoria. Y también a la espectación.

Yo la llamaba la mujer del millón de dólares.

Cuando fuimos a Las Vegas adoptó por costumbre mantener su cuenta bancaria con seis ceros y una cifra. Quería recordarse que no jugaba por dinero, sino por el placer del juego en sí. De cualquier manera, estoy convencido de que le ponía cachonda la victoria, y cuando terminaba, ebria de laureles, se sentaba en la chimenea mirando el fuego, preguntándose qué coste tendría aquella buena fortuna; y yo sólo podía admirarla, preguntándome qué precio tendría aquella mujer.


Sin fecha. ¿2013?

lunes, 30 de marzo de 2015

El cielo blanco es de invierno

"Cielo blanco es invierno", te dije en una ocasión.
Corría el mes febrero, dos mil once, día dos.
Para ti ya fue primavera esa tarde de sol.
Pero yo me quedé en el río, esperando que el frío
me dijese de una vez adiós.

domingo, 22 de marzo de 2015

De cambios (otros de tantos)

Pues resulta que Una se despierta de una especie de coma y descubre que Todo son grandes mentiras. El amor era un patético náufrago a las orillas del Manzanares. La ambición no es un Sueño sino una potencia. Estaban en lo cierto aquellos científicos y doctores que no habían probado una micra de cocaína. Fue peligroso. Como todo aprendizaje. Y fue depresivo. Como todo intento de autocontrol y todo método de autocensura. Y resulta que tras seis años y varios intentos de escapada por via crucis, el camino fue la espera. Irónico. Resulta que tras renegar de un determinismo acabé cayendo en la tópica de los aforismos: Tiempo al tiempo(,) todo llega.

El amor resultó ser una patética necesidad para escribir sobre. Necesidad de drama para dramatizar. Las drogas, cuyo consumo justificaba bajo la misma necesidad, vinieron a ser, sencillamente, la caída en la pérdida del control descontrolado del que me vanagloriaba en cierta posesión. El Oeste. Carcajada. El Oeste resultó ser un simple método de ubicación, y el Sueño, metáfora que se escondía bajo la métafora, sólo un plan con vista al futuro. Un plan que quería ver complicado, y un futuro que no entendía porque aún no tenía concepción temporal. Detrás sólo había cobardía.

Patético. Y más patético resulta que la histrionicidad personificada no cayera en la cuenta de que drama y pathos son sinónimos. En lenguaje de nouveau siècle, los griegos me perdonen. Porque telita la distancia entre hacer y sentir. Por no hablar de hacer lo que se siente, o sentir lo que se hace. ¿Pues no me recriminan los olivares y los viñedos lo mucho de más que echo a la urbe? ¿Y no se queja ésta cuando busco la Luz del Tajo entre las bombillas de Gran Vía? Y qué. Y que no entiendo cómo. Si luego Una se aferra al subjuntivo, como si no existiese alrededor. "En Babia", me dicen (cosas de abuelas), y no puedo más que negar cabizbaja: "Más lejos", mientras las opciones se amplian y las oportunidades retrotraen. Y aun sabiendo todo lo que me sé de mí, aún ignoro si hago sintiendo o siento haciendo, o está todo en paréntesis hasta que el Sueño deje de ser potencia para ser acto. Mejor dicho, con palabras más precisas: a espera de sentencia del Supremo; porque recordemos que ahora me obligo a ser determinista.

Ya puedes cerrar las pestañas. Y los ojos. Y las ventanas. Y hasta el ordenador.