lunes, 25 de julio de 2016

La afilación de tu colmillo

Quiero quedarme en ese espacio, en el que respiro tu aliento, cerca de mi boca, sin rozar más que la tuya, sin otra sensación más que el tacto, y tu olor, donde solo veo, y tampoco me parece que exista, más que la afilación de tu colmillo cuando sonríes zalamero sin pretenderlo. Y a mis oídos no se atreve a entrar más que el murmullo de una respiración dividida que hace cuanto puede para sobrevivir. Es en ese fragmento de eternidad en el que lo único que mi deseo quiere es morir, y ser enterrado bajo el tacto de lo inevitable. No espero que sea permanente, solo quiero que ese suspiro de inmensidad se congele ingrávido, y después nada. Solo volar, soñar, da igual, quizá sea lo mismo.
La afilación de tu colmillo. No hay otra cosa en la que pueda pensar ahora mismo. Su trono en mis pensamientos solo se ve amenazado por tu aliento, cálido y erótico, y tierno sobre mi piel. Piel que titubea y desfallece en esa circunstancia, piel que ya no busca redención porque ya se siente salvada; piel que ya no tiene cicatrices porque no puede compararse lo sentido. Porque el segundo en el que te respiro antes de morir de asfixia vela por todas aquellas muertes de desasosiego y amargura, como si nunca hubiesen existido.


Escrito el 18 de mayo de 2015

domingo, 24 de julio de 2016

Apetito y sed

Había dos copas de vino blanco a los pies de la cama; y sobre ella dos cuerpos desnudos encendiéndose. En un lateral, la pared, recubierta de espejo, trataba de hacer suya la visión que reflejaba. Sólo se escuchaba el choque de las lenguas, y al tacto llegaban las palpitaciones.
Él se separó de mí un instante, tomando mi mentón entre sus dedos. Bebió sin apartarme la mirada,mientras yo, entrecortada y temblorosa, arañaba con tibiedad su pectoral.
Decidió besarme, con los labios húmedos y el sabor dulce y áspero de la uva y el alcohol, tomando mi cuello en posesión, y dejó la copa de nuevo en el suelo, sin soltar mi piel, de manera que su compañera fue empujada, y cayó tumbada, al tiempo que su mano, que aún se hallaba encerrando en el dominio de sus dedos mi cuello, me presionaba hasta abatirme, dejándome también tendida.
Y fue entonces cuando miré el espejo y vi la conjunción de la posición de las copas y la nuestra, reflejándonos como hacía el espejo. Vi cómo el vino contenido que debía haber heredado mi cuello se derramaba. Y sólo pude pensar en verle derramándose a él.

Escrito el 05 de julio de 2015

jueves, 2 de julio de 2015

Insinuación.
Provocación.
Sed.

Sin fecha. ¿2013?

La mujer del millón.

Tanto para ella como para mí, no había juramento más sagrado -si podíamos hablar de cosas sacras- que las promesas del juego.

De ella sabía que una planificaba las jugadas y manejaba las cartas tanto o mejor que un bebé una teta. Por mi parte no había planificación en absoluto, y dejaba que la partida fluyera según la estela de las circunstancias; me gustaba pensar que tenía el don de atraer el azar cuando otros tenían el de atraer el dinero o el poder. Probé la lotería, y gané lo suficiente como para vivir el resto de mis días; pero lo mío, como lo suyo -porque ella también tenía este "tercer ojo" para las finanzas y las guerras-, eran las cartas.

Cuando jugábamos juntos éramos invencibles, y hoy, desde la distancia, puedo afirmar lo evidente: éramos adictos, sí, pero no al juego, sino a la victoria. Y también a la espectación.

Yo la llamaba la mujer del millón de dólares.

Cuando fuimos a Las Vegas adoptó por costumbre mantener su cuenta bancaria con seis ceros y una cifra. Quería recordarse que no jugaba por dinero, sino por el placer del juego en sí. De cualquier manera, estoy convencido de que le ponía cachonda la victoria, y cuando terminaba, ebria de laureles, se sentaba en la chimenea mirando el fuego, preguntándose qué coste tendría aquella buena fortuna; y yo sólo podía admirarla, preguntándome qué precio tendría aquella mujer.


Sin fecha. ¿2013?

lunes, 30 de marzo de 2015

El cielo blanco es de invierno

"Cielo blanco es invierno", te dije en una ocasión.
Corría el mes febrero, dos mil once, día dos.
Para ti ya fue primavera esa tarde de sol.
Pero yo me quedé en el río, esperando que el frío
me dijese de una vez adiós.

domingo, 22 de marzo de 2015

De cambios (otros de tantos)

Pues resulta que Una se despierta de una especie de coma y descubre que Todo son grandes mentiras. El amor era un patético náufrago a las orillas del Manzanares. La ambición no es un Sueño sino una potencia. Estaban en lo cierto aquellos científicos y doctores que no habían probado una micra de cocaína. Fue peligroso. Como todo aprendizaje. Y fue depresivo. Como todo intento de autocontrol y todo método de autocensura. Y resulta que tras seis años y varios intentos de escapada por via crucis, el camino fue la espera. Irónico. Resulta que tras renegar de un determinismo acabé cayendo en la tópica de los aforismos: Tiempo al tiempo(,) todo llega.

El amor resultó ser una patética necesidad para escribir sobre. Necesidad de drama para dramatizar. Las drogas, cuyo consumo justificaba bajo la misma necesidad, vinieron a ser, sencillamente, la caída en la pérdida del control descontrolado del que me vanagloriaba en cierta posesión. El Oeste. Carcajada. El Oeste resultó ser un simple método de ubicación, y el Sueño, metáfora que se escondía bajo la métafora, sólo un plan con vista al futuro. Un plan que quería ver complicado, y un futuro que no entendía porque aún no tenía concepción temporal. Detrás sólo había cobardía.

Patético. Y más patético resulta que la histrionicidad personificada no cayera en la cuenta de que drama y pathos son sinónimos. En lenguaje de nouveau siècle, los griegos me perdonen. Porque telita la distancia entre hacer y sentir. Por no hablar de hacer lo que se siente, o sentir lo que se hace. ¿Pues no me recriminan los olivares y los viñedos lo mucho de más que echo a la urbe? ¿Y no se queja ésta cuando busco la Luz del Tajo entre las bombillas de Gran Vía? Y qué. Y que no entiendo cómo. Si luego Una se aferra al subjuntivo, como si no existiese alrededor. "En Babia", me dicen (cosas de abuelas), y no puedo más que negar cabizbaja: "Más lejos", mientras las opciones se amplian y las oportunidades retrotraen. Y aun sabiendo todo lo que me sé de mí, aún ignoro si hago sintiendo o siento haciendo, o está todo en paréntesis hasta que el Sueño deje de ser potencia para ser acto. Mejor dicho, con palabras más precisas: a espera de sentencia del Supremo; porque recordemos que ahora me obligo a ser determinista.

Ya puedes cerrar las pestañas. Y los ojos. Y las ventanas. Y hasta el ordenador.

viernes, 7 de marzo de 2014

EL OESTE

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, camarero, como toda la vida, que es movimiento estático. Sólo el oeste nos impulsa, nos fortalece, nos da esperanza. Un Martini seco, por favor, necesito nutrir este impulso, necesito fuerza.

He vuelto a soñar con el oeste. Iba más rápido que nunca, el sol de la playa de Santa Mónica parecía detenido sobre el Pacífico esperando mi llegada, pero ¡eureka!: la Tierra de la Fortuna sólo admite a gente afortunada. Vi cómo el sol desaparecía de Occidente. Camarero, amigo, Martini seco.

Abarcarlo todo, camarero, el oeste me obliga a desear. Todo lo que siempre he querido ha sido el mundo entero, no puedo evitar necesitarlo completamente. Lo de siempre, querido, hoy también te traigo ruinas.

Vuelvo con más escombro, tengo suficiente como para derribar imperios a pedradas. Hoy que sea doble. El oeste no cesa de alejarse, y en mi Sueño no paro de correr. Me siento como Alicia cuando altera su tamaño, que no sé. Qué quiero. El oeste. Qué es el oeste.

Fantaseé con el Sueño de nuevo, aunque no es novedad. ¿Tienes un pitillo? Gracias. Y sírveme una copa, la última, me voy, a buscar el oeste, donde haya conmoción, a un sitio donde no llueva, o se llore con ganas.