Mostrando entradas con la etiqueta 2010. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 2010. Mostrar todas las entradas

sábado, 7 de diciembre de 2013

Poema del 4 de septiembre de 2010

Sin vida nos amamos, nos morimos sin amar.
Oh, mi vida, nos morimos sin amar.

¿Y en qué nos hemos convertido sin amarnos?

Aquello de lo que huíamos juntos.
Aquello de lo que siempre huimos juntos

sin estarlo.

4 de septiembre de 2010

sábado, 9 de febrero de 2013

Tarde de estudio

Una mosca sobreviviente del verano revolotea a mi alrededor, éstas son más molestas, pero más fáciles de aniquilar.
Me levanto, cojo el matamoscas del cajón; está quieta sobre la pared, pero no es el momento.
Espero. Ella sabe que la observan. Mueve un poco las patas. Decido golpear. Plaf.
Bye, bye, fly.
Anda, un pareado en inglés. De lo cual, por cierto, tengo examen mañana. Inglés de primaria, ni me lo leo.
Mejor me pinto las uñas; hoy me apetece llevar algo rojo; quizá me pinte la bandera de Estados Unidos. Total, son las cinco y media.
Pintarme las uñas me lleva una media hora. Hacer rayitas no se me da muy bien, y ya de los puntito (porque intentar hacer cincuenta estrellas sería un suicidio) ya ni hablamos. Pero bueno, tienen su pase.
Son las seis, y aún tengo que estudiar. ¿Qué más hay? Examen de tres temas de historia, y unos ejercicios de matemáticas.
Mejor voy al ordenador un rato, sólo un rato.
Como siempre, ese sólo un rato se convirtió en media tarde. Son las ocho y media, y todavía no he estudiado ni una página para mañana.
Creo que mejor voy a salir un rato, a que me de el aire; así quizás piense con más claridad. E iré al bar a tomar un café con éstos, y a fumarme un alegría, ya que me espera una noche muy, muy larga; unas 30 páginas, más o menos.

Aleera Jezhebel
Publicado el 12 de noviembre de 2010

Alejandrino

Dadme las verdades del profundo pensamiento;
dejad que la mente os lleve a mi más sincero ego,
dejad que la luna se torne a color bermejo.
Dadme vuestros besos prisioneros del recuerdo.

Dadme vuestras razones para callar al viento,
dejad que yo escuche y aprendamos del silencio;
dejad que éste hable, el más sabio de nuestros maestros.
Dadme las sonrisas, los abrazos de despecho.

Dadme aquellas promesas que han surcado los tiempos,
dejad que mi alma juzgue si acaso fue por celos,
dejad que ella anuncie si fue inercia o desenfreno.
Dadme al taciturno mendigo del frío enero.

Dadme a los mártines de la gloria y el deseo,
dejad que mis mil fantasías jueguen con ellos,
dejad que transforme su historia en vuestro desvelo.
Dadme las lágrimas engendradas de secretos.

Dadme agonías que relatar sobre mis versos,
dejad que ellas fluyan entre mis inquietos dedos,
dejad que nazcan del nacimiento de mis miedos.
Dadme palabras: juro cambiar el mundo entero.

Aleera Jezhebel
Publicado el 18 de septiembre de 2010

El lamentable arte de engañar al corazón




Aquella relación se la estaba escapando de las manos, se estaba descontrolando. Podía percibir el nacimiento de una llama de algo desconocido en su interior. Nunca había sentido alguna emoción parecida, ignoraba qué podía ser. Tenía una pequeña sospecha, pero no quería reconocerlo; tenía miedo.
A si que se decidió por finalizar toda relación con él. 
Sólo tenía que mentir, y esa era su especialidad. Era la diosa de las mentiras, la reina de las traiciones, la personificación de los sentimientos fingidos.
Una simple frase, una de estas excusas esporádicas que tan bien había aprendido a actuar.
Era fácil. Si su mente no se sentía con fuerza para desperdiciar energía sólo tenía que repetir las mismas palabras dichas la última vez.
«No es lo mismo. Me cansé. Encontrarás a alguien que te haga feliz. Lo siento. Buena suerte. Adiós»
¿Por qué no salían esas malditas palabras de sus boca? ¿Por qué, si su cabeza lo ordenaba, sus labios no se entreabrían? Su corazón; su jodido y mustio corazón se hacía oír. Era él quien quería vivir en aquella ocasión, exclamaba a voces sordas su deseo de ser escuchado por primera vez.
Y es que, cuando el amor llega, lo hace mediante los más insospechados métodos.
Aquella mujer de límites, que había vivido toda su vida sabiendo y experimentando y nunca llegó a sentir, se retorcía en su interior. Encontró placeres y gozos en cada sentimiento que experimentó; frenesí, cólera, pasión, ira, pesar... Quién diría que aquella mujer conocería alguna vez los extremos de lo que nunca gozó: amor.
Admitía con vergüenza que a su lado se sentía libre; demasiado libre. Esa misma liberta la aterrorizaba, le hacía verse prisionera.
El amor que aquel nómada la profesaba la ahogaba en albedrío; se sentía libre, se sentía esclava.
Horrorizada, espantada por sus propios miedos se limitó a salir por la puerta, sin mirarle, sin recoger sus cosas; simplemente se fue. Sin considerar los sentimientos de la otra persona, sin pensar en los recuerdos que le dejaba tatuados en el alma.
No volvió a saber nada de él.
¿Quién no la llamaría tonta, ignorante o incluso cobarde por salir huyendo de una felicidad casi absoluta?
Ella no lo creía así.
Su felicidad no estaba en el atarse a un lugar, a una persona y a unas circunstancias, no. Ella no necesitaba nada de eso, o eso tenía por doctrina. Sólo se exigía a sí misma el vivir cada instante como si el siguiente movimiento fuera el último. Un amor sólo podrían traerla desdicha y sufrimiento.
Siguió por su camino, no volvió tan si quiera a recordarle.
El día de su muerte, tras una corta pero intensa existencia, recordó los cabellos dorados de aquel bohemio que le entregó su corazón y acarició su alma con los dedos. Recordó sus miradas, recordó sus besos, recordó sus palabras.
Y en ese último instante, antes del final de aquella apasionada vida, se preguntó que ocurrió aquel día. Y qué hubiese ocurrido si hubiese escuchado con más atención los latidos de su corazón.

Aleera Jezhebel
Publicado el 9 de agosto de 2010

domingo, 4 de noviembre de 2012

Schizo

Jodí mi vida por errores,
nunca aprendí.
Putas piedras que se cruzan en el camino,
nunca debió ser así.

Ser, ser, ser o no ser,
ya no sé que creer.
¿Tan importante puede parecer?

No sé dónde ir, dónde estás tú.
A la orilla del juicio descanso,
y a punto de caer. Suena el cu-cú.

¡Qué tarde es, la voy a piciar!
Releo las agujas del destino.
¡Mierda, ya está al llegar!

Llaman a la puerta. Toc, toc. ¿Quién es?
-Soy Esquizofrenia, déjame entrar.
Sonríe la audaz. Cierro los ojos, la dejo pasar.


Publicado el 10 de junio de 2010
Aleera Jezhebel