martes, 12 de noviembre de 2013

El arte de la fuga [Fragmento I]

Nuestra relación terminó por convertirnos en fantasmas recorriendo Europa. Yo leía a Baudelaire y ella estudiaba la Historia, yo me refugiaba en La pipa y ella en la civilización sumeria; y ambos nos fascinábamos por el alcohol en ambos campos. 
Séfora se creía una especie de Marilyn renacida y esperaba de mí un Joe DiMaggio que la regalase rosas de ocasión en ocasión, cuando más bien era ciertamente un Henry Miller a la británica sin tantos huevos. Como Miller, me encontraba hipnotizado por sus caderas, pero su falta de perspicacia, realismo y madurez solían sonrojarme en las reuniones de brunch con los amigos. 
Como Marilyn, supongo, Séfora sentía fascinación por la inteligencia que veía en otros y que en ella no terminaba de brillar. En numerosas ocasiones sentí celos de algunos amigos cuya elocuencia la deslumbraba y dejaba ensimismada por días. Yo sabía que fantaseaba con acostarse con ellos, más bien con su don de palabras, y que se preguntaba si tendrían la misma habilidad en el uso de ambas lenguas. [...]
 El arte de la fuga, fragmento.
Aleera Jezhebel, 2014.

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